No sé por cuánto tiempo estuve sentada en mi ideal de tortura con cada ingrato sonido perforándome los oídos. No podía moverme, eso es lo peor. Los veía riendo, jugando y saltando, hablando y saltando, comiendo y saltando. Quería que escucharan mis gritos y ver cómo cada uno de ellos me entregaba un sueño. Había perdido la noción del tiempo y solo esperaba algo que sabía nunca iba a pasar. Se podía hacer de mil formas, pero ninguna me interesaba. Habría sido divertido intentarlo solo una vez, seguirles la corriente. Yo también soñaba, de pequeña, claro.
No me moví ni un centímetro. El sol quema cuando le conviene, yo ni siquiera tenía un maldito reloj. Cuando terminó yo todavía no había gritado y el resto seguía como los había dejado. Sus risas eran forzadas y saltaban porque no sabían qué otra cosa hacer. Intenté salir, no pude, y lo único que pude pensar entre tanto humo fue, ¿acaso soy la única chica aquí?
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