Se trataba de algo irremediablemente absurdo e innecesario. Intenté dormir sin poder cerrar los ojos el tiempo suficiente para desaparecer y dejar que la oscuridad me absorba. No era suficiente. Tenía la impresión de que en cualquier momento mi puerta caería derribada y yo no tendría a donde correr. El miedo toma un color grisáceo sobre todo cuando no soy yo quien me preocupa. No se trataba de mí. Me estremecía el solo pensar que encontraría al día siguiente o si tendría las fuerzas necesarias para hacerme cargo de lo ajeno: de un momento a otro lo vería todo tal y como era, inevitablemente.
Ya podía escuchar el sonido interminable del teléfono en cada habitación. Lo más extraño es que no había humo y los olores eran los mismos de siempre। Nada que delatara esa situación que yo sabía de memoria. No lo entendía. No quería entender. Todavía no amanecía y no existía motivo alguno para apresurar las cosas. Faltaba tan poco.
Unos momentos después de dejar las últimas anotaciones en una hoja de papel anónima cargada de instrucciones y arrepentimientos adelantados, se escuchó un grito ahogado que no supe de donde vino. Mi primera reacción fue la de correr y pedir ayuda, pero no podía estar segura de nada y no tenía la intención de hacer algo indebido que más tarde pagaría caro; me limité a quedarme quieta bajo las sábanas. Busqué entre lo más remoto recuerdos de una infancia que creía perdida para calmarme con las historias del mar, y antes de darme cuenta, me encontré deseándoselo a ellas con todas mis fuerzas. Me dolía en el alma que no hubiese podido ser lo que tanto anhelaban y que mil veces habría deseado verlas llorar antes de descubrir lo que desesperadamente escondían sus sonrisas. Lo más aterrador era, sin lugar a dudas, la sensación de estar viviendo algo ya vivido, como si desde días antes las paredes de aquel lugar se hubiesen vestido de gris para recibir lo que debía ser. Tal vez lo entendí en ese mismo momento y decidí aceptar lo que había pasado sin más dramatismo del que ya sucedería horas después. Tal vez desde la otra habitación, alguien más compartía mis sentimientos y tampoco se movió. No importaba, cualquier excusa es válida para ser capaz de llevar la carga y seguir respirando, para no acabar sin luz y sin sueños.
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