viernes, 27 de febrero de 2009

Duraznito

No me enseñaron a vomitar, tampoco tenían que hacerlo. Completamente extenuante, pero divertido hasta cierto punto. Pasado el punto no hay paredes, no hay suelo, la gente juega a volverme ciega el tiempo que sea necesario, y yo bailo. Me gusta descubrirme repitiendo su nombre una y otra vez en la oscuridad, aun sabiendo que no tengo nada que esconder; también escucho el mío, pero vivo sorda y me encanta. No quiero tocar, porque apenas distingo entre lo que es áspero y lo que esta frío, y que por lo tanto, no es mío. Pienso en su perfume de las tardes y en como se me pierde entre tanto líquido que es inútil porque yo lo digo. Me dan la mano y yo juego a ser de papel. De pronto un auto y no tengo idea de como llegó, solo quiero estar en sus brazos. Yo camino, pero parece que no avanzo. Recuerdo el durazno y su sabor a exceso, o tal vez yo soy el exceso y ellos se asustan porque no pueden predecir el exceso ni mi encierro. Pero eso acaba, siempre lo hace: jode pero no es eterno. Se acaba y vuelvo a casa, como almohadas, aunque nadie me lo cree, y sigo con el agua helada para finalmente volver a lo mío y perderme durante unos minutos. Todo lleno de perfume, entre cabellos, un ventilador y sábanas prestadas, yo duermo.

2 comentarios:

David Roquentin dijo...

MI POTO NO ES TUYOOO!!!!
jajaja sigue el olor a duraznito

Lorena Roque dijo...

Después de todo, lo naranja es lo de menos y lo de menos fue lo que importó. Yo quería ser tú y ya vez, termine siendo yo.