jueves, 22 de enero de 2009

sin Luna

Tres de la mañana y Ariadne se apareció en mi departamento con una botella de vodka en la mano. No quería regresar a casa y pensó en divertirse un rato conmigo. Trajo vodka como siempre, y solo Dios sabe porqué siempre regresa al vodka, o en todo caso a mi departamento, como si estuviese ligada a él de alguna forma, no lo sé; pero de ninguna manera a mí, eso es sabido. Estuve a punto de rechazarla por primera vez, hasta que algo en su aire me recordó a la otra y la recibí con un abrazo amable, algo ausente, o solo lo necesario. Sabía de antemano lo que iba a pasar, y yo quería ser ausente, como si a ella pudiera engañarla, pero yo quería ser ausente. Ariadne era Ariadne y a cada paso que daba, yo tenía que dar tres pasos más para alcanzarla. “Lo que falta acá es una mujer que te arregle el chancho que tienes”, dijo entre risas al ver mi desorden de tanto escribir, y tomó la precaución de levantar un vaso del piso antes de pisarlo. Comprendí al instante que ella no trataba de ser graciosa, solo me decía a su manera que ella jamás sería esa mujer. Después de eso habló de fotografía, un baile, más arte y yo pretendí escucharla mientras la botella se turnaba de un lado a otro sin aparente novedad. Ella quería poner música y no la detuve cuando saturó la habitación con su perfume, ni le dije que tuviese cuidado cuando debí hacerlo. Jugamos por horas. Cuando estaba demasiado ebrio me limitaba a contemplarla, sé que para ella era halagador y me encontré mirando extasiado como su cabello bajaba por la espalda, donde todo en ella era preciso, exacto. Nada que estuviese fuera de su lugar, nada que tuviese que ser desdibujado para que yo la invente de mis sueños y la vuelva a dibujar en silencio. Ella no quería terminar, pero no había nada que continuar. Ariadne se moría de sed y fue a la cocina a buscar más vodka, yo me quedé echado en la cama viendo como una arañita colgaba del techo, bajaba, y volvía a subir, bajaba, y subía, bajó y subió. Me pregunté si Ariadne era realmente feliz o si solo lo era con una botella en la mano y algo caliente que la acariciaba. A veces me imaginaba pidiéndole que viviera conmigo en la cama que tanto le gustaba, pero ella no quería escuchar eso. Ella no se habría ido sin antes darme un par de metáforas y explicaciones poco válidas sobre lo que ella era o lo que quería ser. Prefería creer que yo era el único que podía poseerla sin que a ella le incomodara ni la aprisionara; de haberla conocido un poco menos, le habría dicho que la necesitaba. “Me alegro que hayas venido hoy, Ariadne”, así. Ella volvió a la cama con un vaso de agua y se quedó a mi lado sin decir una sola palabra, como esperando que sea yo quien se atreva a realizar lo inimaginable. Volví a imaginármela vestida de cielo y creí sentir su mano suave y tibia aferrándose a la mía mientras dormía. La miré en la oscuridad y sentí su aliento mojado entrelazándose con el mío como un último favor suyo. Volvió a ser bella solo para mí. Todo se volvería perfección y me la imaginé como yo deseaba que fuera, aunque menos excitante pero dócil. Ariadne dejaría de ser Ariadne, pero no quiso esperar al desayuno; desperté y la cama se veía muy grande, ella ya se había ido.

2 comentarios:

David Roquentin dijo...

Ariadne se fue y la luna con ella.

David Roquentin dijo...

Ariadne se moría de sed y fue a la cocina a buscar más vodka, yo me quede echado en la cama viendo como una arañita colgaba del techo, bajaba, y volvía a subir, bajaba, y subía, bajó y subió.