De todos modos me pareció ver algo diferente en su andar y la delicadeza con la que contaba los granos de arroz ya no era la misma. Lucy contaba los días que pasaban por su ventana para dividirlos de acuerdo a la cantidad de veces que le tomaba completar el nudo de cuencas que se enrollaba en el cuello. De vez en cuando, la noche la tomaba desprevenida. Entonces, se acercaba a los espejos tratando de capturar los rayos de luna y seguir en su labor de componer las más exquisitas melodías bajo el techo a dos aguas, el mismo que se mantenía a pesar de los años.
Lucy queria vivir en un lugar de tiempo que le alcanzara para vivir su miserable existencia y muchas vidas más. Tenía ganas de salirse volando por la ventanda hacia los infinitos prados verdes que desde siempre le habían hecho señas. Lucy nunca intentó incorporarse sobre sus dos piernas como había visto hacer a los hombres, y dejarse llevar entre la neblina. Ella solo anhelaba.
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