martes, 21 de julio de 2009

Vórtice

Nos despertamos al alba con el primer canto del gallo, y en seguida intuí que había algo extraño en el ambiente. A lo lejos se escuchaba las arcadas de una mujer sin edad, y los perros ladraban como unidos a una misma causa. Sentí miedo. Más que en todos los terremotos que azotaron mi tierra implacablemente durante décadas. Parecía haber llegado al borde del abismo en el que una suave brisa era suficiente para hacerme desaparecer. Tuve la impresión de ir cayendo en una espiral de colores y recuerdos que pasaban ante mis ojos como últimos favores ajenos. Calculé que un par de minutos sería suficiente para ser capaz de incorporarme por primera vez en la mañana y empezar con las labores del día. Seguramente necesitarían ayuda para movilizar los centenares de cuerpos atravesados en cada puerta. De cualquier forma, si lo único que hago es estorbar, puedo quedarme con los niños más pequeños a contarles historias siempre que quieran escucharlas. La vida bajo un cielo azulino pasa lentamente cuando se ha vivido demasiado. A veces siento que debería aferrarme a los últimos segundos de mi existencia, pero estos son tan duraderos que de hacerlo me volvería loco sin vuelta atrás. Aun sigo pensando que en este mundo hay un lugar para todos y que en todos se puede encontrar un pedazo de humanidad cuando ya todo esta perdido. Quiero quedarme en este mundo a ver las hojas caer en otoño, a ver el crepitar del río...


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