domingo, 28 de febrero de 2010

Apuntes

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Recuérdame que existo y que cada pequeño segundo que pasa
me pertenece, y es mío
porque así lo decido.

Falla del tiempo

Pensaba que antes, cuando Dios no hacía con los meses y los años las mismas trampas que hacían los turcos al medir una yarda de percal, las cosas eran diferentes. Ahora no sólo crecían los niños más de prisa, sino que hasta los sentimientos evolucionaban de otro modo. No bien Remedios, la bella, había subido al cielo en cuerpo y alma, y ya la desconsiderada Fernanda andaba refunfuñando en los rincones porque se había llevado las sábanas. No bien se habían enfriado los cuerpos de los Aurelianos en sus tumbas, y ya Aureliano Segundo tenía otra vez la casa prendida, llena de borrachos que tocaban el acordeón y se ensopaban en champaña, como si no hubieran muerto cristianos sino perros, y como si aquella casa de locos que tantos dolores de cabeza y tantos animalitos de caramelo había costado, estuviera predestinada a convertirse en un basurero de perdición. Recordando estas cosas mientras alistaban el baúl de José Arcadio, Úrsula se preguntaba si no era preferible acostarse de una vez en la sepultura y que le echaran la tierra encima, y le preguntaba a Dios, sin miedo, si de verdad creía que la gente estaba hecha de fierro para soportar tantas penas y mortificaciones; y preguntando y preguntando iba atizando su propia ofuscación, y sentía unos irreprimibles deseos de soltarse a despotricar como un forastero, y de permitirse por fin un instante rebeldía, el instante tantas veces anhelado y tantas veces aplazado de meterse la resignación por el fundamento, y cagarse de una vez en todo, y sacarse del corazón los infinitos montones de malas palabras que había tenido que atragantarse en todo un siglo de conformidad.

-¡Carajo! -gritó.

Amaranta, que empezaba a meter la ropa en el baúl, creyó que la había picado un alacrán.

-¡Dónde está! -preguntó alarmada.

-¿Qué?
-¡El animal! -aclaró Amaranta.

Úrsula se puso un dedo en el corazón.

-Aquí -dijo.



Cien años de soledad

Posibilidad

Lo único que generamos es amnesia y nos jactamos de aquello,
como si se tratara de bosquejos mal hechos
en hojas de papel que pueden quemarse
y perderse con el viento.
Llega la amnesia y lo primero que hago
es esconderme bajo una mesa
De pronto, no recuerdo ni donde dormí la última vez
y no importa.
Habría preferido ahorrarme las palabras
para cuando de verdad las necesite
pero no aprendo.