lunes, 30 de marzo de 2009
La isla
Un momento estas ahí y al siguiente segundo solo hay oscuridad. Se escucha el fuego de fondo, o el crepitar de la hoguera ardiendo para soportar un poco más el frío. Para que soportemos el frío y tal vez podamos pasar la noche sin quedarnos congelados en medio de la nada. Soy fatalista y tu solo ríes. Me sorprende como puedes hacer tantas cosas a la vez, como cuando te fuiste por dos horas y regresaste con frutas en la mochila. No me preguntaste cómo puedo estar tan tranquila cuando me es imposible moverme con el tobillo hinchado y la náusea que no cesa desde el naufragio. Lo cierto es que llevamos dos días en esta isla del silencio y tengo arena hasta en los oídos pero por alguna extraña razón empiezo a calmarme. No podemos morir en este lugar. Simplemente no podemos, a menos que fieras salvajes lleguen a medianoche y nos sorprendan mientras dormimos. No seríamos presa difícil, incluso el animal quedaría decepcionado de llevársela tan fácil. Es ahí cuando te ofreciste a montar guardia fuera de la tienda y tomar solo siestas de apenas veinte minutos, el tiempo que nos tomó improvisar una carpa con ramas sueltas y hojas gigantes para cuando empezó a atardecer. Acto seguido descubriste el fuego por primera vez y no supe ni como sucedió. Para mí fue todo un suceso, sentí que teníamos un poco de esperanza después de todo. No era exactamente la idea que tenía de vacaciones en una isla paradisiaca, pero al menos estábamos vivos; el resto solo era esperar. Imaginaba que llegaría un helicóptero después de ver nuestra señal de humo a kilómetros de distancia y luego bajarían uniformados con sus equipos de rescate como en las películas. Al día siguiente estaríamos de vuelta en casa o en algún hospital mientras llega la prensa y hablamos de cómo la lancha se estrelló contra el peñasco y nos quedamos varados en alta mar. Los primeros minutos fueron aterradores, el mar que parecía comernos vivos y éramos tan insignificantes. Después de analizar nuestra situación nos dimos cuenta que había tierra a la vista y nadamos hacia ella. La isla estaba desierta. Bastaba darle una vista para darnos cuenta que ese pequeño lugar en la tierra no había sido tocado por el hombre: la naturaleza crecía a su antojo. Cuando lo veo de esa forma ya no tengo tanto miedo, la isla es realmente hermosa. Dentro de lo que yo llamo carpa tendimos una sábana que traías en la mochila y ahí dormimos la primera noche.
Niña
Se trata de encontrar un punto medio entre lo que es real y lo que aparenta serlo. “Estoy bien”, dijo la niña y se secó las lágrimas cuando nadie estaba viendo. Caminó en línea recta hasta el otro lado de la acera mientras contaba uno a uno sus pasos sin apenas mirar el suelo; le habían enseñado a no tener miedo. Pero lo que no aprendió en ocho años no lo lograría en tres segundos, o tal vez menos. Pasó por su lado otra niña como ella pero nacida en otro mundo, y le sonrió amistosamente. La niña intento llamarla y pedirle ayuda pero no podía emitir sonido alguno: se había quedado muda. Se le ocurrió que si tan solo pestañeaba se iba a quedar ciega y decidió no volver a cerrar los ojos jamás.
domingo, 1 de marzo de 2009
Farewell
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