domingo, 18 de julio de 2010

Zumbido de mañana

Mientras caminaba a través de una pasadizo interminable podía escuchar mis pasos sobre el concreto helado. No podía ver más allá de mi nariz y si tocaba las paredes, estan podían derrumbarse con un solo toque. Quería llegar al final y subir por una escalera que me llevara a uno de los últimos refugios pero este también estaba custodiado. Es como vivir en un laberinto, bajo todas esas luces artificiales. Caminas y no llegas a ninguna parte. Somos como ratas observadas desde arriba por un puñado de hombres neuróticos que se quedaron sin sangre en las venas. Lo único que podemos hacer es escondernos. Tantas ganas de alzar la voz y levantar los puños para que otros puedan vivir mejor. Tanto marchar y seguir marchando hasta que el hambre pueda más que las ganas, hasta caer bajo el peso del mundo y darse cuenta que a nadie le importa si mueres o no. Si te atrapan, te reducen a algo menos que un ser viviente y por último acaban con tu agonía.

Llegué a una puerta antes de que llegará la masa de gente que salía de hoyos en el suelo y me abarriqué dentro. Me encontré con ojos como los míos pero que se habían rendido mucho antes que yo. No sentí pena por ellas. Tomé sus manos y las ayudé a levantarse del suelo. Me agazapé a la puerta y escuché las voces atropelladas una detrás de otra. Tuvimos que cerrar la puerta con todas nuestras fuerzas si no queriamos que los demás entren y nos delataran, aislarnos de todos si queriamos tener una oportunidad. Eschabamos los tiroteos que no admitían el más mínimo margen de error. Oíamos los gritos desgarradores de personas sin nombre ni apellido, aquellos que nunca existieron, ni existirían después. Luego el ruido sordo de los cuerpos que caían al suelo. Muñecos inanimados que se alimentaron de ideales, y prefirieron morir antes de morderse la lengua y coserse los labios cuando tuvieron que hacerlo.

Supe que lo que cayeron conocieron de cerca el horror. Desde un agujero en la pared vimos como quemaron los documentos que probaban su existencia. Querían desaparecerlos de la faz de la tierra. Pretender que los cien o dos cientos muertos nunca existieron. Quisieron quemar hasta el último indicio de lo que había sucedido unas horas antes. Llegaron los uniformados de cabezas frías y apretaron los dientes cuando se les ordenó llevar todos los cuerpos del edificio al patio trasero. Como una última danza de muerte, estos apilaron los cuerpos en un solo lugar para luego llevarselos en camiones destartalados que nunca miraban atrás.

miércoles, 5 de mayo de 2010






Let the world remain in silence for a while.

Momento tuyo

Intenta no escribir durante un tiempo considerable sin contar horas, ni días, ni meses. Intenta sumergirte en una burbuja de jabón y maldice tu pasado, tu presente, y lo poco que queda para el futuro. Es como limitarse a escribir durante largos períodos de tristeza somnoliente. Me enfermo. Escaparé en dos horas y quiero que todos lo sepan. Suprime el deseo durante meses y tus palabras saldrán apresuradas una tras otras.

Camino

.



Donde nace el último poste de luz.

Ahi es adonde vamos.

domingo, 28 de febrero de 2010

Apuntes

...



Recuérdame que existo y que cada pequeño segundo que pasa
me pertenece, y es mío
porque así lo decido.

Falla del tiempo

Pensaba que antes, cuando Dios no hacía con los meses y los años las mismas trampas que hacían los turcos al medir una yarda de percal, las cosas eran diferentes. Ahora no sólo crecían los niños más de prisa, sino que hasta los sentimientos evolucionaban de otro modo. No bien Remedios, la bella, había subido al cielo en cuerpo y alma, y ya la desconsiderada Fernanda andaba refunfuñando en los rincones porque se había llevado las sábanas. No bien se habían enfriado los cuerpos de los Aurelianos en sus tumbas, y ya Aureliano Segundo tenía otra vez la casa prendida, llena de borrachos que tocaban el acordeón y se ensopaban en champaña, como si no hubieran muerto cristianos sino perros, y como si aquella casa de locos que tantos dolores de cabeza y tantos animalitos de caramelo había costado, estuviera predestinada a convertirse en un basurero de perdición. Recordando estas cosas mientras alistaban el baúl de José Arcadio, Úrsula se preguntaba si no era preferible acostarse de una vez en la sepultura y que le echaran la tierra encima, y le preguntaba a Dios, sin miedo, si de verdad creía que la gente estaba hecha de fierro para soportar tantas penas y mortificaciones; y preguntando y preguntando iba atizando su propia ofuscación, y sentía unos irreprimibles deseos de soltarse a despotricar como un forastero, y de permitirse por fin un instante rebeldía, el instante tantas veces anhelado y tantas veces aplazado de meterse la resignación por el fundamento, y cagarse de una vez en todo, y sacarse del corazón los infinitos montones de malas palabras que había tenido que atragantarse en todo un siglo de conformidad.

-¡Carajo! -gritó.

Amaranta, que empezaba a meter la ropa en el baúl, creyó que la había picado un alacrán.

-¡Dónde está! -preguntó alarmada.

-¿Qué?
-¡El animal! -aclaró Amaranta.

Úrsula se puso un dedo en el corazón.

-Aquí -dijo.



Cien años de soledad

Posibilidad

Lo único que generamos es amnesia y nos jactamos de aquello,
como si se tratara de bosquejos mal hechos
en hojas de papel que pueden quemarse
y perderse con el viento.
Llega la amnesia y lo primero que hago
es esconderme bajo una mesa
De pronto, no recuerdo ni donde dormí la última vez
y no importa.
Habría preferido ahorrarme las palabras
para cuando de verdad las necesite
pero no aprendo.